Aunque me cueste admitirlo, acepto que me creí el
cuento de que estábamos destinados a ser el uno para el otro, que nuestra
historia tendría un final feliz, que él hacía de todo por quedarse conmigo
hasta el fin.
Todos lo saben, saben que di lo mejor de mí, le regalé
mi tiempo, mis noches en vela, puse toda mi fe en él, sin embargo, no fue
suficiente para él, parecía que nada le hacía feliz, y sin darme cuenta un día
se fue de mí, dejándome tan sola, dejándome con el alma destrozada y mil
promesas rotas que no pudo cumplir.
Luego de su dolorosa partida me juré que no
volvería a sufrir así, prioricé en cuidar mi corazón y evitar todo dolor, me
prometí no volver a enamorarme, por nada del mundo volver a dar la oportunidad
para que me pudieran herir.
Sin darme cuenta el tiempo curó poco a poco mis
heridas, aunque debo admitir que su recuerdo me seguía lastimando, por supuesto
no faltó quien intento acercarse a mí, pero mi escudo de protección, no lo
permitió.
Pero, el día menos pensado apareciste tú, con tu
mirada encantadora y tu sonrisa seductora, aunque a final de cuentas, tu
inteligencia, tu gentil sutileza, tu gran forma de ser fue lo que me terminó de
convencer.
De poquito a poco te fuiste clavando en mí, y sin
poder evitarlo, me descubrí pensando en ti, con esa sonrisa en mi rostro que me
provocaba tu recuerdo, y sobre todo el deseo de estar nuevamente junto a ti.
La verdad es que me vi tentada a huir, motivada
por el pasado, ese que tanto me hizo sufrir, quise escapar de tu locura, de esa
facilidad que tienes para hacerme sonreír y para hacer de un día horroroso el
mejor de todos cuando estás a mi lado.
Justo cuando estaba a punto de salir corriendo de
ahí, me disté la vuelta y besaste mis labios, y entonces supe que no quería ir
a ningún lado, que mi lugar perfecto estaba junto a ti.
Poco a poco descubrí que no todos los hombres son
iguales, que hay quien sabe valorar un buen amor…
Entendí que las heridas son lecciones que nos
preparan para algo mejor… lo cierto es que ahora agradezco ese dolor, pues si
él no se hubiera marchado, no te habría conocido a ti, ni ésta sensación
maravillosa de dormir cada noche con una gran sonrisa gracias a ti, y saber que
me levantaré con otra más al recordarte.
Y sí, el amor de mi vida llegó justo después del
error de mi vida, ese que me enseñó que en nada puede compararse a ti.